Habitualmente lo llamamos “El Sermón”, casi siempre sabemos que se celebra muy temprano, quizás demasiado temprano para nuestros derrotados cuerpos, y muy tarde para nuestras desbaratadas almas, pero sin ninguna duda, debería ser algo más, algo distinto, un pequeño momento para pensar en lo que nunca pensamos, un generoso discurso de verdades, valentías y buenas razones en la mañana del Viernes Santo.
En esa mañana omitamos por unos minutos el discurso del ponente, centrémonos en el verdadero mensaje del Sermón. ¿Qué nos indica realmente? ¿Qué mensaje nos quieren decir a las 7 de la mañana? ¿Por qué no nos preparamos antes de que salga Jesús Nazareno? ¿Por qué no hacemos lo que él?
Nos preparan y nos remiten al perdón, a la coherencia como personas humanas que somos. Tanto en el ámbito familiar como de relaciones de amistad con nuestros semejantes necesitamos una gran reflexión, un extenso cálculo de realidades, un verdadero juicio interior. En la mayoría de los casos no cavilamos bien en la forma que actuamos.
Tenemos unos minutos para pasar un buen rato compartiendo nuestra sinceridad mas interna mirando la imagen de Jesús y escuchando sus últimos pensamientos como persona, al fin y al cabo haremos lo que él tuvo que hacer, sacrificarnos, sufrir, padecer y sentir todo lo peor.
Miremos esa mañana a nuestros hijos, acudamos con ellos al Sermón, los hijos nos mirarán a nosotros como padres que somos, al fin y al cabo el Viernes Santo es una cronica que ordena a padres y a hijos, un enredo que fusiona la muerte real con el amor de nuestras madres, y como no, a la desazón de los padres.
Entenderemos que no debemos estar solos, que siempre hay alguien ahí para que nos sea mucho más fácil, no debemos ser abandonados por nadie, al mismo tiempo no abandonemos en ninguna circunstancia a nadie por apenas casi nada.
En esta mañana apreciaremos que tenemos sed, mucha sed, necesitaremos beber de los demás, existir con nuestros semejantes, sentirnos imprescindibles, vivir lo bueno, cargar con lo malo, lograr saciar esa falta y tomar el ambiente de recogimiento humano de esa mañana.
Desde allí, seremos más fieles a los nuestros, reaccionaremos mucho mejor, tendremos un punto de vista distinto de nuestras realidades, y sobre todo, nos confinaremos a la entrega personal, y a un generoso y gentil entendimiento.
Entreguémonos a nuestra verdad y nuestras realidades, confiemos serenamente en lo que tenemos, solos no somos nadie, todo está hecho para compartir, para cenar juntos, para sufrir, para amar, para morir, para sucumbir por alguien, y también sin duda, como resucitar poco a poco junto a los demás, todos al mismo tiempo, todos de la misma forma, todos cargando con una cruz.
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