Reflejos mil de plata en los varales
que fulgen bajo el sol de tu hermosura,
reflejos mil, también, de la amargura
que escondes tras sus lujos verticales.
Y brilla en ti cual trémulos cristales
las lágrimas del cáliz que te apura,
la hiel con que te acosa sin mesura
los filos de impiedad de esos puñales.
Tus lágrimas son gritos de agonías,
tus ojos dos gemidos, y tu aliento
escasa voz que clama a la piedad.
Atados a los llantos van tus días,
atados al dolor y al sufrimiento
de aquella cruz que fue tu Soledad.
Alfonso Estudillo
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